Jesús utilizaba muchas imágenes de la vida diaria para explicar cómo es Dios. Esas imágenes las llamaban parábolas. Un día había tanta gente queriendo oírle, que tuvo que subirse a una barca. Y desde allí les explicaba, a todos los que estaban en la orilla. Y como muchos eran hombres de campo, les contó la parábola del sembrador.
Les decía: «Salió un sembrador a sembrar. Iba tirando granos, pero unos pocos cayeron al borde del camino, y se los comieron los pájaros; otros granos cayeron en una zona de piedras, con muy poca tierra, y por eso echaron poca raíz y la planta se secó. Otros granos cayeron entre zarzas y las zarzas crecieron tanto que los granos no pudieron crecer. Pero algunos cayeron en tierra buena y dieron mucho fruto».
Como había gente que no terminaba de entender la parábola, Jesús se la explicó. Les decía que él es como el sembrador, pero en lugar de grano, lo que siembra es la palabra de Dios. Y las personas podemos ser como el borde del camino, donde hay malas ideas, que apagan la voz de Dios. O como la zona de piedras, que aunque nos gusta lo que dice Jesús, luego nos olvidamos pronto de ello. O como las zarzas, que son otras diversiones y riquezas que no dejan que crezca el evangelio. Pero también podemos ser como la tierra buena, que acoge la palabra de Jesús y da muchísimos frutos buenos.
Salió a sembrar por los bancales con sus semillas,
que maravilla.
Todas iguales, todas iguales todas iguales, todas iguales. Una cayó en el camino y la pisaron los vecinos. Otra cayó entre las piedras y se aburrió mucho de ellas. Otra cerca de un sendero y se hundió en un agujero. Otra cayó en el río y tembló con tanto frío. O se las llevó la brisa y se murieron de risa. Otra voló con el viento y no fue nunca alimento. Otra cayó en tierra buena, pero buena, buena, buena. Y creció y se hizo muy grande. Muy frondosa, muy coqueta y dió frutos y dio flores de mil formas y colores, y alimentó a todo el mundo y alegró los corazones.