Después de que Jesús murió, sus amigos se fueron yendo de Jerusalén. Dos de ellos caminaban, muy tristes, hacia un pueblo que se llamaba Emaús. Iban charlando y hablando de todo lo que había ocurrido. Entonces apareció un hombre que se juntó a ellos, y empezaron a conversar. El que había llegado era Jesús, pero ellos no se daban cuenta.
«¿De qué habláis?» –les preguntó–.
Ellos le contaron que su amigo Jesús había muerto asesinado por las autoridades y lo disgustados que estaban. Pero él les dijo que no fueran tan ciegos. «¿No veis que las profecías antiguas ya decían que el Hijo de Dios sufriría mucho, pero que no sería derrotado?» Y así siguieron, caminando, y charlando.
Al llegar al pueblo, los amigos de Jesús invitaron al peregrino a quedarse con ellos a cenar. Él aceptó. Y cuando estaban empezando a cenar, agarró un trozo de pan y lo partió con las mismas palabras de la última cena. Entonces por fin se dieron cuenta de que era Jesús. Pero cuando quisieron abrazarlo, ya había desaparecido. Tenían el corazón lleno de alegría, y volvieron todo el camino hasta Jerusalén, corriendo, para contarles a los demás que lo habían visto y que estaba vivo.
«Tú mi hermano.» © Autorización de Cristóbal Fones
Si tienes mil razones para vivir,
si has dejado de sentirte solo,
si te despiertas con ganas de cantar,
Si todo te habla
–desde las piedras del camino
a las estrellas del cielo,
desde las luciérnagas
que se arrastran
a los peces, señores del mar–.
Si oyes los vientos
y escuchas el silencio…
¡Salta de alegría!
Porque el amor camina contigo:
es tu compañero, es tu hermano…
(Hélder Câmara)
¿Qué llevabas conversando? me dijiste buen amigo.
Y me detuve asombrado a la vera del camino:
¿No sabes lo que ha pasado ayer en Jerusalén,
de Jesús de Nazareth, a quien clavaron en cruz?
Por eso me vuelvo en pena a mi aldea de Emaus.
Por la calzada de Emaús un peregrino iba conmigo,
no le conocí al caminar ahora sí en la fracción del pan.
Van tres días que se ha muerto
y se acaba mi esperanza,
dicen que algunas mujeres al sepulcro fueron de alba
Pedro, Juan y algunos otros hoy también allá buscaron
mas se acaba mi confianza no encontramos a Jesús.
Por eso me vuelvo triste a mi aldea de Emaús.
¡Oh, tardíos corazones que ignoráis a los profetas!
En la ley ya se anunció que el Mesías padeciera,
y por llegar a su gloria escogiera la aflicción.
En la tarde de aquel día yo sentí
que con Jesús nuestro corazón ardía a la vista de Emaús.
Hizo seña de seguir más allá de nuestra aldea,
y la luz del sol poniente pareció que se muriera.
Quédate, forastero ponte a la mesa y bendice.
Y al destello de tu luz, en la bendición del pan
mis ojos conocerán al amigo de Emaús.