Jesús siempre sorprendía a los maestros de su época. Por ejemplo, muchos pensaban que si alguien tenía una enfermedad se lo merecía, que sería un castigo de Dios por algo que él o sus padres hubieran hecho mal. Por eso les decían que si estaban enfermos, que se aguantasen.
Pero Jesús no. Jesús curaba a la gente. Como ocurrió con un hombre que era ciego desde su nacimiento. Jesús lo vio pasar, y lo llamó. Tocó barro con la saliva, lo untó en sus ojos y le dijo que fuera a lavarse en una poza del lugar. Y cuando lo hizo, recuperó la vista.
Los maestros de la ley estaban furiosos. No entendían nada. Por eso se enfadaron con el ciego, diciendo que lo que contaba era mentira, que no estaba ciego antes, y lo echaron de la sinagoga. Pero Jesús lo encontró y le dijo: «Mira, no les hagas caso. Yo te he curado con el poder de Dios, ¿lo crees?» Él dijo: «Claro que lo creo». Y le dio un fuerte abrazo.
«Yo creo en las promesas de Dios.» © Difusión libre cortesía de Daniel Poli
Yo creo en las promesas de Dios,
yo creo en las promesas de Dios,
yo creo en las promesas de mi Señor.
Si soy fiel en lo poco, Él me confiará más,
si soy fiel en lo poco, mis pasos guiará.
Yo creo en la misericordia de Dios
yo creo en la misericordia Dios,
yo creo en la misericordia de mi Señor.