Mt 2, 1-12
¿Te acuerdas de los magos que venían siguiendo una estrella? Los que pararon en el palacio de Herodes. Pues al fin llegaron al establo de Belén la misma noche en que había nacido Jesús. Y justo allí, en aquella cabaña un poco derruida, se detuvo la estrella. Por eso entraron. Y lo que vieron les dejó admirados. Allí estaban María –bastante cansada, la verdad– José, y en brazos de ambos, un bebé recién nacido, dormido. También había delante algunos pastores que se reían al ver al crío. Y un fuego que les daba calor a todos. Cuando entraron, todos los rostros se volvieron hacia ellos. María sonrió. Los pastores se asustaron un poco. José alucinó al verlos, con esos ropajes tan caros y grandiosos. Entonces ellos se acercaron más, y cuando estuvieron delante del niño se arrodillaron y le adoraron, y sacaron unos regalos que traían: oro, incienso y mirra. Esos eran los regalos que en Oriente se hacían a los reyes. Después todo fue una fiesta. Charlaron, cantaron, todos querían tener al niño en brazos. Hasta que una mujer que había ayudado a María dijo que ya estaba bien, que ahora tenían que descansar. Y allí se echaron a dormir todos. Pero en el sueño Dios mandó a un ángel a que avisase a los magos que no se les ocurriese volver por el palacio de Herodes. Así que al día siguiente volvieron por otro camino.