María era una chica joven, que se iba a casar con José. Un día que estaba rezando sintió una voz que la saludaba: «Ave, María» (Ave significa ‘hola, ¿qué tal’?). La voz siguió. «El Señor está contigo». Ella al principio se asustó. Luego se dio cuenta de que así solo hablan los ángeles, y entonces se puso a escuchar con más atención, porque sabía que Dios le quería decir algo. El ángel dijo: «Dios necesita que le ayudes. Quiere que tú seas la madre de su hijo, que va a venir al mundo, para ser uno de nosotros». Ella no entendía nada, y por eso preguntó: «Pero, ¿cómo va a ocurrir? Si yo aún no tengo marido». Pero el ángel le dijo: «No te asustes, Dios traerá ese niño a tu interior, porque no hay nada imposible para él». Ella seguía sin entender, pero se fiaba de Dios, y por eso le dijo al ángel: «Yo me fío de Dios. Que se haga lo que él dice».
El ángel se marchó. María, al poco tiempo, descubrió que estaba embarazada. Y se sintió feliz. Esperaba al niño, pero no esperaba sentada sin hacer nada, sino pendiente de los demás, como siempre había hecho. Así que en cuanto pudo, se fue a ayudar a su prima Isabel, que también estaba embarazada.
Que se haga la luz donde hay sombra.
Que se haga calor donde hay niños con frío.
Que se haga la paz donde la gente lucha.
Que se haga la risa si alguien está triste.
Que se haga el perdón entre los que se enfadan.
Que se abra la puerta y nadie se quede fuera.
Pero para que se haga,
tú has de encender la luz, compartir el calor,
construir la paz, pedir perdón,
sonreír con alegría
y abrir todas las puertas.
Gabriel el ángel me saludó.
– ¡Hola María! ¿qué tal estás?
– Yo aquí jugando, ¿Y tú?
– Yo aquí volando.
– Traigo un mensaje del Padre Dios serás la madre del Salvador ¿cómo lo ves?
– ¡Cosas de Dios!
Y dije ¡Hágase!, dije ¡Hágase! de Dios me fío, me cae muy bien.
Y dije ¡Hágase!, dije ¡Hágase! en Dios confío todo irá muy bien.