Los amigos de Jesús seguían esperando que llegase ese Espíritu que les había prometido, aunque no sabían muy bien cómo sería eso. Un día estaban juntos en la casa que compartían en Jerusalén. Entonces ocurrió algo muy extraño. Primero oyeron un ruido como si hubiera un viento muy fuerte alrededor de la casa. Luego fue como si unas llamas de fuego se posaran sobre cada uno. Sintieron de golpe una alegría, un valor, una fuerza y una sabiduría que no habían sentido antes. Era como si el mismo Jesús volviera a estar con ellos, pero ahora de otra forma, muy dentro. Eso era su Espíritu. Y el Espíritu los empujó a salir a la calle. Ya no tenían miedo de que los arrestasen. Solo tenían ganas de compartir la buena noticia de Jesús. Aquel día la ciudad estaba llena de gente de distintos países. Los amigos de Jesús empezaron a hablar, contando las cosas que Jesús les había enseñado. Y lo sorprendente es que todos los entendían. Era como si pudieran hablar todos los idiomas del mundo.
Háblame Señor, pues lo que sale de tu boca,
me alimenta, me acaricia y me conforta.
Háblame Señor, el desierto de mi vida,
atraviesa con tu voz,
y transfórmalo en oasis de tu amor.
Háblame pues nada tengo para reclinarme,
Y es en tu aliento donde quiero descansar
Dirígete a mi pobre vida aunque no lo merezca
Que me refugio en tu lenguaje oh Señor.
Tócame con tu palabra y quedaré limpio.
Que pueda ver que pueda hablar
y pueda escuchar.
Sobre mí pronuncia ‘efetá’ con fuerza.
Haz que me abra a ti y a todos mis hermanos.
Soy un publicano y te quedas en mi casa, no me condenas pues tú redimirás mis faltas.
Que tu palabra sea mi pan,
mi agua y mi proyecto.
Mi compromiso con el mundo,
mi señal de paz.
Que habite con toda su fuerza
en medio de mi vida.
Que sea mi vara mi bastón mi luz y compañía
La espada que me lleve al fondo
de los corazones.
La semilla que se siembre
sin mezclar mis intenciones.
Y que mi vida se transforme
en palabra de Dios.