Los amigos de Jesús se estaban acostumbrando a que apareciese de vez en cuando Jesús resucitado. Pero él les intentaba explicar que no iba a ser siempre así. Y les decía: «Yo me voy a ir. Tengo que volver a donde mi Padre». Ellos entonces lo miraban con cara de pena, como si los fuera a abandonar otra vez. Entonces les explicó: «Mirad, os voy a dejar tres cosas: lo primero, mi palabra. Ya la conocéis. Me habéis oído muchas veces, y sabéis lo que he dicho. Si lo cumplís, yo estaré con vosotros. Lo segundo, mi Espíritu. Os irá recordando todo lo que os he dicho. Y lo tercero, mi paz. No es la paz de los días en que no pasa nada. Es una paz que es a la vez alegría. Es la paz de quien ha encontrado su camino. Yo os he enseñado mi camino». Y así, Jesús les prometió la paz, la palabra y el Espíritu, que seguimos teniendo todavía hoy.
Señor, hazme instrumento de tu paz,
donde haya odio ponga amor,
donde haya ofensa, perdón,
donde haya error, ponga yo verdad.
Donde haya tiniebla ponga luz,
donde haya duda ponga fe,
donde haya tristeza, alegría,
Oh, mi Señor, ponga yo tu amor.
Porque dando yo recibiré,
olvidándome te encontraré,
comprendiendo al hombre, te seguiré.
Oh, mi Señor, enséñame a querer.
(oración atribuida a san Francisco de Asís)
Quizás no pueda verte, no pueda tocarte
pero te siento tan cerca de mí.
con solo nombrarte
siento estremecer todo mi ser, con tu presencia.
¿Cómo negar que tú vives en mi corazón?
Contigo, no siento soledad
pues tú vives en mí
y nunca me dejaras. contigo, no hay temor ni soledad
y tu presencia en mí
por siempre vivirá.
Antes de tu partida, me prometiste que estarías
junto a mí cada día hasta el final.
Llevo tu promesa guardada aquí en mi alma y es el aliento que me da vida.
¿Cómo negar que tú vives en mi corazón?
Contigo, no siento soledad…
Eres mi dulce alimento, mi sangre, mi fe
mi esperanza, mi mejor canción.
Contigo todo es mejor, Señor.
Contigo, no siento soledad…