Jesús contó a sus amigos esta historia: “Había una boda, y era costumbre que un grupo de mujeres esperasen al novio en la puerta, con lámparas encendidas. Diez mujeres fueron a esperarlo. Cinco de ellas eran prudentes, y habían llevado suficiente aceite para las lámparas. Otras cinco eran descuidadas, y casi no llevaron aceite. Como el novio tardaba en llegar, estas últimas se quedaron sin aceite y tuvieron que volver a sus casas a por más. Pero justo cuando estaban lejos llegó el novio, así que invitó a las cinco que ya estaban a entrar a la fiesta. Cuando las otras regresaron, todo el mundo estaba en la fiesta y no pudieron entrar porque la puerta estaba cerrada y porque habían sido descuidadas”. Cuando terminó de hablar todos se quedaron pensativos, porque entendían que Jesús les estaba diciendo que para vivir como Dios quiere tenemos que estar atentos y no ser descuidados.
Reina del cielo llena de gracia, madre admirable, madre de Dios. Pura y humilde, aunque no entendías todo le decías sí al Señor. Yo también quiero ser como tú, guárdame en tus brazos. Me acerco a ti, me acerco a Dios donde estás tú está el Señor. Madre, madre de Dios. Madre, madre mía.