Los fariseos eran un grupo de personas que siempre estaban buscando liar a Jesús, y pillarle en algo para acusarle de no cumplir la ley de los judíos. Un día mandaron a hablar con él a algunos que, haciéndose pasar por discípulos, le preguntaron: “Maestro, tú que eres tan bueno y tan cumplidor, y que eres tan libre, dinos: ¿debemos pagar impuestos al César o no?” Se lo preguntaban con muy mala intención. Porque si decía que no, le acusarían a Pilato de desobediencia, pero si decía que sí, le acusarían a los judíos de aceptar dioses romanos. Pero Jesús ya vio su mala intención, así que lo que hizo fue enseñarles una moneda. Y les preguntó: “¿De quién es la cara que hay grabada en esta moneda?” Ellos contestaron: “Del César”. Jesús sonrió y les dijo: “Pues dadle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Se les quedó una cara de fastidio enorme, porque Jesús no había caído en su trampa. Al revés, había respondido dejando claro que Dios es Dios, y el poder político es otra cosa.
«Con él la fiesta empezó. » © Autorización de Provincia Vedruna de Europa
A quien confía en el Señor la misericordia lo rodea.