Un día Pedro le preguntó a Jesús: “Oye, maestro. Si un amigo me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Una, dos… hasta siete?” Jesús le miró muy serio y le dijo: “Ni una ni siete, sino hasta setenta veces siete” –lo que quería decir es que tantas veces como hiciera falta, o sea, que siempre hay que perdonar–. Y para que entendiera lo importante que es perdonar, le contó esta historia: “Un hombre debía muchísimo dinero al rey. Y cuando el rey quiso cobrar la deuda, el hombre no tenía dinero para pagarle, así que le pidió que, por favor, le diese más tiempo. El rey se compadeció, y le perdonó la deuda. El hombre salió del palacio muy contento. Pero se encontró con un vecino que le debía a él una cantidad pequeña. El vecino tampoco tenía dinero, así que le pidió que le diese más tiempo. Pero el hombre se puso furioso, y en lugar de perdonarle mandó a la policía que lo detuviera. Cuando el rey se enteró de lo que había ocurrido, se enfadó muchísimo y castigó a este hombre, y le decía: ‘Con todo lo que te perdoné yo, ¿no podías haber perdonado tú a tu vecino, que te debía mucho menos?’” Y así Pedro comprendió que Dios es como el rey que siempre nos perdona, y que por eso nosotros también tenemos que perdonar a los otros, que son como ese vecino que también necesita nuestra ayuda.
Señor, no dejes que mi vida la guíe el rencor,
el resentimiento, la envidia,
sólo el amor, sólo el perdón,
sólo el perdón, sólo el amor.