En tiempos de Jesús, como en todos los tiempos, había personas que no estaban dispuestas a vivir el evangelio o a seguir las enseñanzas de Dios. Gente que elegía el egoísmo, o la envidia, o la violencia, o el odio, o tantas cosas que hacen daño. Entonces Jesús explicó a sus amigos cómo tenían que actuar si alguien se comportaba así: “Lo primero que tienes que hacer es llamarlo, y en privado, habla con él. Le dices lo que te parece mal, y a lo mejor se da cuenta y mejora. Entonces le habrás ayudado. Si no te hace caso, entonces llama a otro más, y a ver si entre los dos lo convencéis, y si no, inténtalo delante de toda la comunidad. Si al final esa persona sigue empeñada en hacer el mal, pues ya no puedes hacer nada. Pero lo has intentado. Y ya Dios verá…”
Eres nuestro Padre, nuestro padre Dios,
cuidas de nosotros y nos das la luz del sol.
Cuando estamos tristes, cuando nada doy,
si nos enfadamos por cualquier razón,
cuando peleamos por ser el mejor
siempre nos abrazas, nos regalas tu perdón.
Siempre nos acoges, nunca dices no
donde cabe uno caben un millón.
Siempre nos escuchas, oyes nuestra voz.
Guardas nuestros nombres en tu corazón.