Lo bueno de Jesús es que hablaba con ejemplos que todos podían entender. Como cuando les dijo: “Vosotros sois la sal de la tierra. Imaginad que la sal pierde el sabor; entonces ¿cómo iba a servir para cocinar? Pues vosotros igual. Tenéis que ser sal que dé sabor al mundo”. También les puso el ejemplo de la luz. Les decía: “Vosotros sois la luz del mundo. Para que todo se vea bien. Si tienes una linterna en la oscuridad, no es para dejarla apagada, sino para encenderla, porque así, con ella encendida, ves y te puedes mover. Pues vosotros, igual. Tenéis que ser luz”. Claro, no significaba que fueran a brillar, sino que la luz eran las palabras buenas, las buenas obras, y la fe de cada uno.
«Palabras de vida.» © Autorización de San Pablo Multimedia
Cuando todo a mi alrededor parezca oscuro,
cuando me falten las ganas de brillar,
cuando sin guía ni faro pierda el rumbo,
sé Tú mi luz, Jesús, sé Tú mi sal…
Cuando los días, tristes, no tengan sabor,
cuando la gente ya no sepa disfrutar,
cuando nos falten el cariño y el amor,
sé Tú mi luz, Jesús, sé Tú mi sal…
Y sabré al final, Señor, que eres Tú
quien todo con su amor puede cambiar,
quien cambia la noche por el día con su luz,
quien da sabor y sentido a nuestra vida con su sal.
Quisiera un corazón bueno con el sabor del buen pan,
que esté en la mesa de todos, que solo sepa a fraternidad.
Dámelo, dame un nuevo corazón
y en la palma de tu mano guárdalo y repártelo.
Quisiera un corazón limpio como un pozo de verdad,
que ni se cierre ni aturda, que no pretenda nunca engañar.
Quisiera un corazón libre sin atarse y sin atar,
que deje atrás lo que pesa, que nunca busque hacerse notar.
Quisiera un corazón pobre que no intente acumular,
que luche y tenga esperanza, que esté dispuesto siempre a arriesgar.