Cuando Jesús estaba crucificado, había algunos que se reían de él, y decían: “Si es el hijo de Dios, el elegido, que haga un milagro y se baje de la cruz”. También los soldados, le hacían beber vinagre en lugar de agua y le decían: “Anda, si eres tan poderoso, ¿por qué no te salvas a ti mismo?” Al lado de Jesús había dos ladrones crucificados. Uno de ellos le insultaba también y le gritaba: “Sálvate tú y sálvanos a nosotros, si eres el Mesías”. Jesús no contestaba, pero el otro ladrón interrumpió al primero y le mandó callar: “Anda, cállate, que nosotros estamos aquí porque hemos actuado mal, pero Jesús es un hombre justo”. Entonces le dijo a Jesús: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Jesús le miró con cariño, y le dijo: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”. Y en medio de todo el dolor y el sufrimiento, Jesús y el buen ladrón se hicieron amigos.
Me ayuda pensar, me ayuda parar.
Sé que no me gusta la violencia y puedo hablar.
No pensar en 'me', sí pensar en 'we',
sé que no me gusta la violencia y puedo hablar.
Quiero cantar, sentirme bien.
Cuando me enfado no sé bien
cómo salir, cómo arreglar la situación.
Tengo a Jesús, conmigo va,
me da la paz y la amistad
y sé decir: «hasta aquí puedo llegar».
Jesús, enséñame a elegir siempre lo correcto… A esforzarme cuando me acecha la pereza… A ser fuerte cuando más débil me siento… A perdonar cuando me invade el rencor… A compartir cuando solo pienso en mí… A mirar con cariño a quien todos miran mal… A ser como el buen ladrón y elegir tu amistad por encima de todo…