Como ansía la cierva corrientes de agua,
así mi alma te ansía, oh Dios.
Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo:
¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?
Lágrimas son mi pan noche y día,
mientras me repiten todo el día:
«¿Dónde está tu Dios?»
Recordándolo me desahogo conmigo:
cómo pasaba al recinto y avanzaba hasta la casa de Dios,
entre gritos de júbilo y acción de gracias, en el bullicio festivo.
¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué estás gimiendo?
Espera en Dios, que aún le darás gracias:
Salvación de mi rostro, Dios mío.
Cuando mi alma se acongoja, entonces me acuerdo de ti,
desde la zona del Jordán y el Hermón y el Monte Menor.
Una sima grita a otra sima con voz de cascadas:
tus rompientes y tus olas me han arrollado.
De día el Señor enviará su lealtad,
de noche estaré con su canto: súplica al Dios de mi vida.
Le diré a Dios:
¡Peña mía!, ¿por qué me olvidas?
¿por qué voy andando sombrío, hostigado por el enemigo?
Del quebranto de mis huesos se burlan mis adversarios;
todo el día me repiten:
«¿Dónde está tu Dios?»
¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué estás gimiendo?
Espera en Dios, que aún le darás gracias:
Salvador de mi rostro, Dios mío.
«Dios te ama» © Autorización de Tere Larraín
«Kingdom Crumble» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
Es un adiós,
esto de ahora.
Ya el mundo
no será igual.
No estáis en él.
Que el Dios de la historia
nos dé memoria
para saber recordar
vuestra huella.
Que el Dios de la vida
nos dé gratitud
para saber
celebrar vuestros pasos.
Que el Dios de la esperanza
nos dé consuelo
en este tiempo de llanto.
Que el Dios de la fe
os acoja en su Resurrección
donde volveremos a encontrarnos.
(José María Rodríguez Olaizola, SJ)