Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; fuiste más fuerte que yo y me venciste.
He sido el hazmerreír de todos; día tras día se burlan de mí.
Desde que comencé a hablar, he tenido que anunciar a gritos violencia y destrucción.
Por anunciar la palabra del Señor, me he convertido en objeto de oprobio y de burla todo el día.
He llegado a decirme: «Ya no me acordaré del Señor ni hablaré más en su nombre».
Pero había en mí como un fuego ardiente, encerrado en mis huesos;
yo me esforzaba por contenerlo y no podía.
«Ite inflamate omnia» © Autorización de Compañía de Jesús Chile
«Soliloquios» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
En todo lugar es posible el amor,
en la calle enfangada del arrabal
y en la terca soberbia del palacio,
tras la puerta cerrada
y a cielo abierto,
en la cárcel, o en la Iglesia,
en el mercado y el parque.
Allá donde hay gente,
si dejamos crecer la semilla,
será amor lo que surja,
pues está plantada
en nuestra entraña
un ansia de comunión y encuentro.
En todo momento es posible el servicio,
la disposición a salvar abismos,
la amistad que se gesta en el cuidado,
la toalla ceñida a la cintura,
el sueño de un mañana mejor.
Siempre estamos a tiempo
de despojarnos de ambición y ego,
empeñados en el bien de todos.
En todo lugar, el amor,
En todo momento, el servicio.
En todo, amar y servir.
(José María R. Olaizola, SJ)