Relato de la Pasión de Jesús
Jesús murió en una cruz. Como un malhechor. Murió casi solo.
El día anterior estaba cenando con sus amigos. ¿Cómo es posible este cambio? ¿Qué pasó en un solo día? Pues muchas cosas a la vez. Judas, que era uno de sus mejores amigos, se había enfadado con él y decidió entregarlo a las autoridades. Los demás se quedaron dormidos cuando Jesús necesitaba apoyo. Y cuando los soldados le arrestaron, echaron a correr y le dejaron solo. Pedro incluso dijo que no le conocía, tres veces.
Luego hubo tres juicios terribles. Caifás, en nombre de los judíos, dijo que Jesús mentía sobre Dios. Herodes, el rey, quiso que Jesús hiciera un milagro, pero Jesús sabía que los milagros se hacen por amor, no para dar espectáculo, y se negó. Y Pilato, el gobernador romano, aunque sabía que Jesús era inocente, no quiso meterse en líos con los judíos, así que lo condenó a muerte. En cruz.
La Ley, el espectáculo y el poder quisieron silenciar para siempre a la Palabra.
Por el medio, la guardia del templo le pegó. Y los soldados romanos le golpearon más aún. Y le pusieron una túnica y una corona de espinas para burlarse de él.
Y de ese modo salió Jesús por última vez de Jerusalén, cargando con una cruz. No podía más, y en el camino se cayó hasta tres veces. Solo un campesino le ayudó a llevar la cruz. Así, apoyado en un único brazo amigo, llegó hasta el monte de la calavera donde iba a ser crucificado con dos bandidos. Allí vio a su madre, y a otras amigas suyas, y a Juan. Se sintió menos solo.
Cuando le crucificaron, los soldados se reían y se burlaban, y la muchedumbre también se metía con él. Pero Jesús entonces empezó su última lección. Fue maestro por última vez. La Palabra –que es Jesús– pronunció sus últimas palabras. Y habló de perdón a los que le atacaban. De consuelo a un ladrón que sufría junto a él. De apoyo a su madre y a su amigo. Pidió agua, sabiéndose frágil. Rezó una última vez, llamando a Dios. Reconoció el final. Y se puso en manos de su Padre. Entonces murió.
Y ahora, delante de esa misma cruz, la Palabra se convierte en pregunta. Y nos pregunta a cada uno. ¿Tú quién eres? ¿Eres el que acompaña o el que abandona? ¿El que traiciona o el que apoya? ¿El que juzga o el que aprende? ¿El que crucifica o el que ama? ¿El que llora con quien sufre o el que es indiferente? ¿Serás su amigo hasta el final?