Jesús estaba con sus amigos. Habían organizado una cena para celebrar la Pascua. Esa noche recordaban que Dios había ayudado a los judíos a huir de Egipto, y era el día más importante del año, cuando las familias, o los amigos, se juntaban a cenar. Justo antes de sentarse a cenar, Jesús hizo algo sorprendente. Se quitó su manto, se puso una toalla en la cintura y fue llamando a sus amigos para lavarles los pies. En aquella época, en que muchos caminaban descalzos y con los caminos llenos de polvo, lavarse los pies al llegar a la casa era muy necesario. Tan importante como es hoy lavarnos las manos o cuidar la higiene. Pero era una tarea propia de criados. Por eso, los amigos de Jesús estaban un poco sorprendidos al ver que Jesús, al que consideraban el más importante, se agachaba y les iba lavando con cuidado y con cariño.
Cuando le tocó a Pedro, se puso delante de Jesús con los brazos cruzados y, muy serio, le dijo: «Mira, Jesús, a mí no me vas a lavar los pies». Jesús lo miró con paciencia, y le dijo: «Pues si no dejas que te lave, no cenamos juntos». Y lo decía tan serio que Pedro se dio cuenta de que estaba metiendo la pata. Así que se sentó en el taburete y permitió que Jesús le lavase los pies.
Cuando terminó, Jesús dejó la toalla y se volvió a vestir con su manto. Miró a sus amigos, que seguían muy sorprendidos, y les explicó lo que había hecho: «Mirad, hoy mucha gente que se siente importante quiere tener criados y personas a su servicio. Pero yo os voy a enseñar el mejor camino. Cuanto más sabio y más poderoso se sienta uno, más tiene que hacer para cuidar de los otros. Si yo soy vuestro maestro y he hecho esto, entonces vosotros haced lo mismo. Cuidad siempre de los más débiles y los más pequeños, ayudadles a estar bien y tratadles con delicadeza».
Entonces se sentaron a cenar, y lo pasaron fenomenal juntos.
Sigue habiendo tantos pies que lavar,
sigue habiendo tanta oscuridad que iluminar,
tantas cadenas que romper.
Pan y vino para el pobre quiero ser.
Sigue habiendo tantos pies que lavar,
sigue habiendo tanta oscuridad que iluminar,
tantas cadenas que romper…
Fortalece, Señor, mi poca fe.