Jesús invitó a sus amigos a cenar. Era una cena muy especial. Más de lo que ninguno de ellos se imaginaba. Era la semana más importante para los judíos, y ese día siempre era para celebrar una cena muy especial, como las que hacemos en los días más señalados. Pues Jesús les dio instrucciones para preparar una fiesta en una casa de Jerusalén. Y allí se llevó a sus amigos más cercanos.
Y cuando iban a empezar a cenar, cuando ya ellos se habían sentado y estaban deseando que llegase la comida, Jesús les dio una sorpresa. Se levantó, se quitó la capa que llevaba y tomó una toalla. Entonces se fue hacia un sitio donde había un banco y una jofaina –que era un cacharro de barro con agua– y les hizo una seña para que se fueran acercando. Y les iba haciendo sentarse uno por uno en el banco. Entonces, con mucha calma, les lavaba los pies, que tenían polvo del camino, y se los secaba. Ellos lo miraban muy sorprendidos. Porque Jesús estaba haciendo con ellos un trabajo que era propio de los criados. La verdad es que no sabían cómo reaccionar.
Cuando le tocó a Pedro, dijo que no. Todos lo miraron con los ojos muy abiertos. También Jesús lo miró un poco enfadado. Pero Pedro, que era muy terco, insistió: «No, no y no. Tú eres nuestro jefe. Así que no voy a dejar que me laves los pies». Jesús lo miró muy serio y le dijo: «Como no te lave los pies, no te quedas a la cena». Pedro quiso insistir, pero cuando vio la cara de Jesús que miraba hacia la puerta, se dio cuenta de que lo decía en serio. Entonces se sentó en el banco y dejó que Jesús le lavase también a él los pies.
Cuando terminaron todos y se sentaron a la mesa, Jesús les explicó por qué había hecho eso. «Mirad, todos estamos acostumbrados a que los jefes, los poderosos, los que más tienen, siempre exijan lo mejor para sí. Pero yo quiero que entendáis que nuestros talentos, nuestro poder y nuestras riquezas son para servir. Espero que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros lo hagáis con los demás». Ahora sí que lo entendían, y Pedro también se alegró de haberse quedado.
Luego siguieron cenando. Y fue la mejor cena de todas las que habían tenido con él: comieron, se rieron, cantaron y hablaron mucho. Jesús los llamó amigos, les habló con cariño y les dijo que los quería tanto que hasta daría la vida por ellos. Lo que no sabían es que lo que decía se iba a cumplir al día siguiente.
«Arcilla y arena. » © Autorización de San Pablo Multimedia
Gracias, Jesús, por este Jueves Santo. Porque este día prepararas una mesa de la cual siempre podremos formar parte.
Gracias, Jesús, por querernos, por servirnos, por enseñarnos a querer a los demás.
Gracias, Jesús, porque tu compañía me llena de alegría y de esperanza.
Gracias, Jesús, porque te haces alimento en un poco de pan y un poco de vino.
Gracias, Jesús, porque hoy es el día donde recordamos la primera eucaristía de la historia.
Y gracias, Jesús, porque este regalo que nos haces hoy lo podemos celebrar siempre que queramos.
He deseado ardientemente
cenar esta Pascua con vosotros,
hacerme pan, hacerme vino,
ser compañero de camino,
y, ante todo, vuestro amigo.
He deseado ardientemente
quedarme cada noche, cada día,
ser uno más en vuestro grupo,
comprometido con el mundo,
dando mi vida en cada uno.
Tomad y comed esto es mi cuerpo,
tomad y bebed esta es mi sangre
que se entrega por vosotros,
que se entrega por vosotros.
He deseado ardientemente
seguir trabajando por el Reino,
ser defensor de mis hermanos,
de cada hombre marginado,
de los que siembran con trabajo.
He deseado ardientemente
vivir y morir a vuestro lado,
ser fuerza y voz de los profetas,
el alimento deseado
de los más necesitados.
Tomad y comed esto es mi cuerpo…