Caminaba con Jesús mucha gente y él, volviéndose, les dijo: «Si alguno viene junto a mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío. El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío. Porque ¿quién de vosotros, que quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos y ver si tiene para acabarla? No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: ‘Este comenzó a edificar y no pudo terminar’. O ¿qué rey, antes de salir contra otro rey, no se sienta a deliberar si con diez mil puede salir al paso del que viene contra él con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz. Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».
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Toma, Señor, y recibe toda mi libertad, mi capacidad de decidir, de elegir, de poner metas en la vida. Quiero que tú guíes mis caminos.
Toma, Señor, mi memoria, todos mis recuerdos, tantos nombres, tantas historias, tantas imágenes que me acompañan en la vida.
Toma, Señor, mi entendimiento, mi búsqueda de sentido, mi hambre de verdad y de respuestas, mi inteligencia, que quiere comprender el mundo a tu modo.
Toma, Señor, toda mi voluntad. Lo que deseo, lo que anhelo, lo que persigo cada día. Lo que me mueve y tira de mí. Ojalá seas tú y tu proyecto.
Toma, Señor, todo mi haber y mi poseer; mis bienes, mis seguridades, las personas que me hacen sentir seguro, los recursos que acompañan mi vida, mis talentos y capacidades… Tú me lo diste, a ti, Señor, te lo entrego, todo es tuyo.
Dispón de todo lo que he sido, lo que entiendo y lo que anhelo, a toda tu voluntad. Porque sé que todo lo que tú eres me llena.
Dame tu amor y tu gracia que esta me basta.
(adaptación de Tomad, Señor de Ignacio de Loyola)