Me sedujiste, Señor, y me deje seducir; has sido más fuerte que yo y me has podido. He sido a diario el hazmerreír, todo el mundo se burlaba de mí. Cuando hablo tengo que gritar, proclamar violencia y destrucción. La palabra del Señor me ha servido de oprobio y desprecio a diario.
Pensé en olvidarme del asunto y dije: «No lo recordaré, no volveré a hablar en su nombre»; pero había en mis entrañas como fuego, algo ardiente encerrado en mis huesos. Yo intentaba sofocarlo y no podía.
«En él solo la esperanza » © Autorización de Cristóbal Fones