Un día llegaron diez hombres enfermos de lepra a donde estaba Jesús. Le pedían que les ayudase a sanar. Entonces Jesús les dijo que fueran a ver a los sacerdotes del templo. Y mientras iban por el camino se dieron cuenta de que habían quedado sanos. No podían creerlo, de contentos que estaban. Se abrazaban, se reían, y muy felices se fueron a sus casas.
Solo uno de ellos, que no era judío como Jesús, sino samaritano o sea, de otro pueblo volvió a buscar a Jesús, y cuando llegó donde estaba, le dijo muy emocionado: «Amigo mío, muchas gracias». Jesús miró a ver si alguno de los otros había venido, pero ninguno. Y Jesús le dijo: «¿Sabes qué? Aunque tú no eres del mismo pueblo que yo, tu fe es mucho mayor que la de los demás, porque eres el único que se ha dado cuenta de lo importante que es dar las gracias por las cosas buenas que nos pasan.
Es temprano en la mañana,
me levanto de mi cama,
el momento es perfecto
para darle las gracias a mi Dios
por haberme regalado un nuevo día
brindarme otro chance [oportunidad]
para celebrar la vida.
Gracias Dios, gracias Dios.
Por el aire que respiro,
porque Tú estarás conmigo,
por darme de comer,
por un nuevo amanecer,
por lo que voy a vestir,
por lo que voy a vivir,
por todo lo que tendré,
y por lo que no tendré.
Amigo mío, muchas gracias:
Por el sol que da luz, y calor, y energía, y hace posible la vida,
por la música, que nos gusta, o nos calma, que nos tranquiliza o nos ilusiona,
por las plantas y los animales, por todos los seres vivos que pueblan este mundo,
por las personas importantes de mi vida.