Cuando miramos alrededor vemos muchas cosas. Todas las creó Dios.
Al principio todo estaba revuelto y mezclado, como un gran caos. Pero Dios dijo: «En la oscuridad no se puede ver. Hágase la luz». Y de repente se iluminó todo. Y así aparecieron el día y la noche. Al día siguiente, Dios creó el cielo, como un gran techo que lo cubriera todo. Después dedicó un día a separar el agua y la tierra, y así creó los continentes. Pero la tierra todavía era un poco fea. Todo marrón y como de piedra. Por eso cubrió mucha parte de la tierra con un manto verde, de plantas, y de árboles llenos de frutos. Al día siguiente Dios creó un enorme reloj en el cielo. El sol señalaría el día, y la luna la noche. Pasó otro día más, y Dios llenó el mar de peces y otros tipos de animales y seres vivos, y también pobló el cielo con aves. Pasó otro día, y Dios llenó la tierra con todo tipo de animales que podamos imaginar: leones, elefantes, lobos… también los insectos, y los reptiles…
Pero aún le faltaba completar su creación. Y dejó para el último día lo más importante.
Dijo: «Voy a crear a alguien que se parezca mucho a mí, creado a mi imagen». Y así creó a los seres humanos, hombres y mujeres. Y les encomendó el cuidado de esa gran creación, mientras les decía: «Creced, multiplicaos y llenad la tierra y cuidad de ella. Os doy un mundo lleno de animales. Y la tierra produce alimentos de sobra. Para que la creación siga siendo un mundo bueno».
Y al final, después de toda esa tarea, Dios descansó.