El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién yo temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar?
Una cosa pido al Señor:
habitar por siempre en su casa,
gozar del cariño del Señor
viviendo junto a Él.
Me protegerá en su casa
el día que yo esté en peligro.
Me pondrá en sitio bien seguro
cantaré y tocaré para Él.
Oigo yo en mi corazón:
«buscad y buscad mi rostro».
Tu rostro buscaré, Señor,
no me escondas, por favor, tu rostro.
San Ignacio cuenta que un día Dios estaba mirando el mundo. Y se dio cuenta de la diversidad de las personas, de que a simple vista todo era bonito, y parecía tranquilo. Pero que si mirabas de nuevo, con más intensidad, te dabas cuenta de que hay cosas buenas, y cosas malas. De que hay gente que se ríe, muy alegre y afortunada; pero que también hay gente que llora porque no ha tenido suerte. Que hay gente muy generosa; pero también otra gente muy egoísta, que hace daño a otros. Cuando vio todo esto, Dios dijo: «Tengo que hacer algo». Y lo que hizo fue venir a estar con nosotros. Se llamó Jesús y encendió una luz para que todos pudiéramos ver mejor el mundo.
Vivir y mirar,
con los ojos atentos,
con el corazón despierto,
con las manos abiertas,
Para ver, como Tú.