Un hombre tenía dos hijos. El menor dijo al padre: «Padre, dame la parte de la fortuna que me corresponde». Él les repartió los bienes. A los pocos días, el hijo menor reunió todo y emigró a un país lejano, donde derrochó su fortuna viviendo como un libertino. Cuando gastó todo, sobrevino una carestía grave en aquel país, y empezó a pasar necesidad. Fue y se puso al servicio de un hacendado del país, el cual lo envió a sus campos a cuidar cerdos. Deseaba llenarse el estómago de las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.
Entonces, recapacitando, pensó: «A cuántos jornaleros de mi padre les sobra el pan mientras yo me muero de hambre. Me pondré en camino a casa de mi padre y le diré: ‘He pecado contra Dios y te he ofendido; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Trátame como a uno de tus jornaleros’». Y se puso en camino a casa de su padre.
«Music of silence: Gregorian chants» © Con la autorización de Juliano Ravanello
Me declaro culpable de
no haber hecho,
con estas manos que me dieron,
una escoba.
¿Por qué no hice una escoba?
¿Por qué me dieron manos?
¿Para qué sirvieron
si sólo vi el rumor del cereal,
si sólo tuve oídos para el viento
y no recogí el hilo
de la escoba,
verde aún en la tierra,
y no puse a secar los tallos tiernos
y no los pude unir
en un haz áureo,
y no junté una caña de madera
a la falda amarilla
hasta dar una escoba
a los caminos?
Así fue:
no sé cómo,
se me pasó la vida
sin aprender, sin ver,
sin recoger y unir
los elementos.
En esta hora no niego
que tuve tiempo,
tiempo,
pero no tuve manos
y así, ¿cómo podía
aspirar con razón a la grandeza,
si nunca fui capaz
de hacer una escoba,
una sola,
una?
Sí, soy culpable
de lo que no dije,
de lo que no sembré, corté, medí,
de no haberme incitado
a poblar tierras,
de haberme mantenido en
los desiertos.
y de mi voz hablando con la arena.
(Pablo Neruda)