Jesús subió a la montaña. Había mucha gente escuchándole. Con Jesús siempre pasaba lo mismo, que los que venían a verle no eran los más ricos, los más poderosos o los más ocupados, sino los más sencillos, los enfermos, los heridos. A los que nadie más quería. Ese día Jesús se puso a hablarles. Y les dijo:
«Felices los pobres, porque vuestro es el Reino de los cielos. Felices los tranquilos, porque heredarán la tierra entera. Felices los que lloran, que serán consolados. Y los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos comerán hasta quedarse llenos. Felices los que perdonan, porque también ellos serán perdonados. Felices los que tienen un corazón limpio, porque verán a Dios. Y los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios».
Mientras Jesús iba hablando, todos los que le escuchaban se sentían ilusionados. Porque descubrían que es verdad, que Dios es el Dios de los pobres, de los pacíficos, de los justos Ese día se fueron a casa muy contentos.
«El amor lo arregla todo.» © Con la autorización de Migueli
Te ayudaré, Jesús
a sembrar alegría,
a compartir riqueza,
a construir la paz.
Te ayudaré, Jesús,
con tu buena noticia,
a enfrentarte a lo injusto
a cantar la verdad.
Te ayudaré, Jesús,
aquí tienes mis manos,
aquí tienes mis pasos,
aquí tienes mi vida.
Sé que solo no puedo,
pero si somos muchos
construiremos tu Reino,
abriremos tu casa,
y nadie quedará fuera.
Compartía y perdonaba y hacía el bien.
Lo que tenía te daba de comer
y curaba a los enfermos.
No se cansó de hacer el bien,
de compartir y de acoger,
de ser amigo, ser tu raíz,
de ayudar siempre a hacerte feliz.