Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias porque me has plasmado portentosamente,
porque son admirables tus obras:
mi alma lo reconoce agradecida, no desconocías mis huesos.
Cuando, en lo oculto, me iba formando,
y entretejiendo en lo profundo de la tierra,
tus ojos veían mi ser aún informe,
todos mis días estaban escritos en tu libro,
estaban calculados antes de que llegase el primero.
¡Qué incomparables encuentro tus designios, Dios mío,
qué inmenso es su conjunto!
Si me pongo a contarlos, son más que arena;
si los doy por terminados, aún me quedas tú.
«Ya no puedo callar» © Con la autorización de Antonio Mata
«Soul Gardener» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
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Te abres paso tras una pascua de dolor y de belleza, a los brazos de tu madre. Tu llanto rasga el velo del templo del espíritu, arropado en tu cuerpo diminuto, alumbrando un nuevo inicio de todas las cosas.
Deslumbrado por la luz buscas el calor y el abrazo. Y nosotros, apenas a ciegas, acogemos este misterio que sobrecoge y sobrepasa, en tu desarmada pequeñez. Y nuestra vida se hace, ahora, pesebre del amor incondicional, promesa de la humanidad, como el Dios de la ternura, nuestro pequeño Salvador.
Que seas siempre, Señor, el buen pastor de esta nueva vida. Bendícela, guárdala y muéstrale tu rostro. Líbrala del mal para que quede por siempre, así, en la palma de tu mano. Amén.
(Alvaro Vázquez)