Jesús subió a una barca con los discípulos y les dijo: «Vamos a cruzar a la otra orilla del lago». Zarparon y, mientras navegaban, él se quedó dormido. Se precipitó un temporal sobre el lago, la barca se anegaba y peligraban. Entonces fueron a despertarlo y le dijeron: «¡Maestro, que nos hundimos!» Jesús se despertó e increpó al viento y al oleaje; cesaron y sobrevino la calma. Entonces les dijo: «¿Dónde está vuestra fe?» Sobrecogidos de estupor, se decían: «¿Quién es este que da órdenes al viento y al agua, y le obedecen?»
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Y una tarde Tú vuelves y nos dices:
«Echa la red a tu derecha,
atrévete de nuevo a confiar,
abre tu alma,
saca del viejo cofre
las nuevas ilusiones,
dale cuerda al corazón,
levántate y camina».
Y lo hacemos sólo por darte gusto.
Y, de repente, nuestras redes rebosan alegría,
nos resucita el gozo
y es tanto el peso de amor
que recogemos
que la red se nos rompe cargada
de ciento cincuenta esperanzas.
¡Ah, Tú, fecundador de almas: llégate a nuestra orilla,
camina sobre el agua
de nuestra indiferencia,
devuélvenos, Señor, a tu alegría.
(José Luis Martín Descalzo)