Mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo: «Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío.
Así, ¿quién de vosotros si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que lo miran, diciendo: 'Este hombre empezó a construir y no pudo acabar'.
¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.
Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».
Aventurero de mundos nuevos,
que, sin maestro ni consejeros,
allá en los mares del pensamiento,
tus ojos ciegos al fin se abrieron.
Con nuevo afán y nuevos deseos,
al que buscabas fue Quien te halló.
¿Cómo lo hiciste?,
¿cómo entre voces
que piden paso
en nuestros adentros,
cobraste luz y discernimiento
de la que viene del Creador?
Nunca nadie dijo más claro:
¡Dios es solo consolación!
dador de paz,
fuente de alegría,
lumbre de fe, esperanza y amor.
Cómo quisiera fijar mis ojos
en ese Cristo pobre y humilde,
en sus silencios y en sus palabras,
en sus misterios y proceder.
Y paso a paso seguir sus huellas
sin miedo alguno
a perderme o perder.
No negociaste, Ignacio, no con Jesús.
Buscaste siempre entregarle todo:
tu honra, tu fama, tu amor, tu interés.
Y no te importó pasar por loco
queriendo en todo servirle a Él.
Deja que al pie de su cruz
Pregunte a Cristo, como tú hiciste:
“¿Qué mas puedo hacer por ti?”
Envíame, Jesús, envíame a este mundo
con ese Espíritu de Nazaret: no con juicios
ni con reproches, no con alforjas ni con poder.
Sino a sanar llagas, penas, pecados.
¡Quedan tantas lágrimas por secar!
Que no te busque Señor del cielo,
sino en la tierra y la humanidad,
en los caminos, en las fronteras,
en los perdidos y en los sin pan.
Que siempre me encuentres disponible.
Que si me llamas, no mire atrás.
Y como Ignacio, solo persiga, en todo,
tu voluntad.
(Seve Lázaro, sj)