También yo soy un hombre mortal, igual que todos, hijo del primer hombre modelado en arcilla, en el vientre materno fue esculpida mi carne; tardé en cuajar diez meses, masa de sangre, de viril simiente y del deleite cómplice del sueño. Al nacer, también yo respiré el aire común, y al caer en la tierra que todos pisan, estrené mi voz llorando, igual que todos; me criaron con mimo, entre pañales. Ningún rey empezó de otra manera; idéntica es la entrada de todos en la vida e igual es la salida. Por eso supliqué y se me concedió la prudencia, invoqué y vino a mí el espíritu de Sabiduría. La preferí a cetros y tronos, y en comparación con ella tuve en nada la riqueza; no la equiparé a la piedra más preciosa, porque todo el oro a su lado es un poco de arena, y, junto a ella, la plata vale lo que el barro; la quise más que a la salud y la belleza y me propuse tenerla por luz, porque su resplandor no tiene ocaso.
«Consagrados a ti» © Autorización de San Pablo Multimedia
Esperaré a que crezca el árbol y me dé sombra. Pero abonaré la espera con mis hojas secas. Esperaré a que brote el manantial y me dé agua Pero despejaré mi cauce de memorias enlodadas. Esperaré a que apunte la aurora y me ilumine. Pero sacudiré mi noche de postraciones y sudarios. Esperaré a que llegue lo que no sé y me sorprenda Pero vaciaré mi casa de todo lo enquistado. Y al abonar el árbol, despejar el cauce, sacudir la noche y vaciar la casa, la tierra y el lamento se abrirán a la esperanza. (Benjamín González Buelta)