Jesús les dijo: «El reino de Dios se parece a un rey que decidió ajustar cuentas con sus criados. Nada más empezar, le presentaron uno que le adeudaba diez mil monedas de oro. Como no tenía con qué pagar, mandó el rey que vendieran a su mujer, sus hijos y todas sus posesiones para pagar la deuda. El criado se prosternó ante él suplicándole: '¡Ten paciencia conmigo, que te lo pagaré todo!'. Compadecido de aquel criado, el rey lo dejó ir y le perdonó la deuda. Al salir, aquel criado tropezó con otro criado que le debía cien monedas. Lo agarró del cuello y mientras lo ahogaba le decía: '¡Págame lo que me debes!' Cayendo a sus pies, el compañero le suplicaba: '¡Ten paciencia conmigo y te lo pagaré!' Pero el otro se negó y lo hizo meter en la cárcel hasta que pagara la deuda. Al ver lo sucedido, los otros criados se sintieron muy mal y fueron a contarle al rey todo lo sucedido. Entonces el rey lo llamó y le dijo: 'Criado perverso, toda aquella deuda te la perdoné porque me lo suplicaste. ¿No debías tú tener compasión de tu compañero como yo la tuve de ti?' E indignado, el rey lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Así os tratará mi Padre del cielo si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano».
Sencillo quiero ser como Tú eres. El alma transparente como el día. La voz sin falsear y la mirada profunda como el mar, pero serena. No herir, pero inquietar a cada humano que acuda a preguntarme por tus señas. Amar, amar, amar, darme a mí mismo de balde cada día y sin respuesta. Ser puente y no llegada, ser camino que se anda y que se olvida, ser ventana al campo de tus ojos y quererte. Descanso quiero ser, vaso de vino de Dios para los hombres cuando vengan con polvo sobre el alma de buscarte. (Valentín Arteaga)