Como el Padre me amó así yo os he amado: permaneced en mi amor. Si cumplís mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he cumplido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que participéis de mi alegría y vuestra alegría sea colmada. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os amé. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos porque el siervo no sabe lo que hace el amo. A vosotros os he llamado amigos porque os comuniqué cuanto escuché a mi Padre. No me elegisteis vosotros; yo os elegí y os destiné a ir y dar fruto, un fruto que permanezca; así, lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo concederé. Esto es lo que os mando, que os améis unos a otros.
Puertas que se abren, y estoy en casa. Mi gente. Brazos que envuelven. Manos que acarician este rostro cansado. Palabras que cantan, acunan y aquietan. Miradas que esperan. Gestos de hogar. Risas sinceras. Amigos que secan las lágrimas con su presencia. Calor que funde penas de hielo, muros de ausencia, miedos de piedra. Descanso, aún no llegada. Tú que nos unes. Y después, al camino de nuevo, un recuerdo vivo, vínculos indestructibles, más batallas, heridas nuevas. Hay otros cansancios, y tormentas. No hay derrota porque hay puertas que se abren, y estoy en casa. (José María R. Olaizola)