Vino hacia Jesús un leproso que, rogándole de rodillas, le decía: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido, extendió la mano, le tocó y le dijo: «Quiero, queda limpio». Y al momento, desapareció de él la lepra y quedó limpio.
No te rindas, aunque a veces duela la vida. Aunque pesen los muros y el tiempo parezca tu enemigo. No te rindas, aunque las lágrimas surquen tu rostro y tu entraña demasiado a menudo. Aunque la distancia con los tuyos parezca insalvable. Aunque el amor sea, hoy, un anhelo difícil, y a menudo te muerdan el miedo, el dolor, la soledad, la tristeza y la memoria. No te rindas. Porque sigues siendo capaz de luchar, de reír, de esperar, de levantarte las veces que haga falta. Tus brazos aún han de dar muchos abrazos, y tus ojos verán paisajes hermosos. Acaso, cuando te miras al espejo, no reconoces lo hermoso, pero Dios sí. Dios te conoce, y porque te conoce sigue confiando en ti, sigue creyendo en ti, sabe que, como el ave herida, sanarán tus alas y levantarás el vuelo, aunque ahora parezca imposible. No te rindas. Que hay quien te ama sin condiciones, y te llama a creerlo. (José María R. Olaizola)