Caminaba con él mucha gente y, volviéndose, les dijo: «Si alguno viene junto a mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío. El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío. Porque ¿quién de vosotros, que quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos y ver si tiene para acabarla? No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: 'Éste comenzó a edificar y no pudo terminar'. ¿O qué rey, antes de salir contra otro rey, no se sienta a deliberar si con diez mil puede salir al paso del que viene contra él con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz. Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».
«En él solo la esperanza » © Autorización de Cristóbal Fones
Señor mío, quiero seguirte como Ignacio de Loyola lo hizo en la Iglesia:
radical pero con discernimiento;
lleno de pasión pero unificado;
libre pero involucrado hasta el fondo de mi corazón.
Por eso quiero pedirte que me ayudes, como a Ignacio,
a buscar siempre el mayor servicio divino y el bien más universal;
a buscar donde hay más necesidad, a cuidar de quienes ninguno se preocupa;
a buscar donde se puede hacer más fruto;
a buscar donde hay mayor deuda;
a buscar donde el bien se multiplique y se extienda más a otros;
a buscar donde el enemigo ha sembrado cizaña.
Y ayúdame a discernir tu Voluntad para amar y servir aquí y ahora.
(Francisco J. Buendía, SJ)