Jesús nació en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes. Por entonces sucedió que unos magos de oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: «¿Dónde está el rey de los judíos recién nacido? Vimos su estrella en el oriente y venimos a rendirle homenaje». Herodes, llamando en secreto a los magos, les preguntó el tiempo exacto en que había aparecido la estrella; después los envió a Belén con este encargo: «Averiguad con precisión lo referente al niño. Cuando lo encontréis, informadme a mí, para que yo también vaya a rendirle homenaje».
Oído el encargo del rey, se marcharon. De pronto, la estrella que habían visto en oriente avanzó delante de ellos hasta detenerse sobre el lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de una inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con su madre, María, y echándose por tierra le rindieron homenaje.
Cuando se marcharon, un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y quédate allí hasta que te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». Se levantó, todavía de noche, tomó al niño y a su madre y partió hacia Egipto, donde residió hasta la muerte de Herodes.
«Quieting» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
«The Depths of a Year» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
A cada lado de las alambradas
se ama y se sufre, se pelea el presente,
se vislumbra el futuro,
se imagina la vida mejor,
se cree, se reza, se blasfema y se duda.
A cada lado de las alambradas
hay buenas y malas personas,
hay corazones sensibles, que sueñan
con destinos remotos y con grandes logros.
A cada lado de las alambradas
hay recelo al pensar en el otro,
el de más allá, el distante, el distinto.
Cuando un hombre abandonó Babel,
temeroso de quien hablaba otra lengua,
tendió la primera alambrada.
La humanidad nueva, al abrigo de Pentecostés,
está esperando que se nos abran los ojos,
la garganta y los brazos.
(José María R. Olaizola sj)