Sab 7, 7-11
Supliqué y se me concedió la prudencia, invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y tronos, y en comparación con ella tuve en nada la riqueza. No la equiparé a la piedra más preciosa, porque todo el oro a su lado es un poco de arena, y junto a ella, la plata vale lo que el barro La quise más que a la salud y la belleza y me propuse tenerla por luz, porque su resplandor no tiene ocaso. Con ella me vinieron todos los bienes juntos, en sus manos había riquezas incontables.
Mc 9, 9-24
Le llevaron a un muchacho poseído de un espíritu y, en cuanto el espíritu lo vio, sacudió con violencia al muchacho, que cayó a tierra y se revolcaba echando espumarajos. Jesús preguntó al padre: «¿Desde cuándo le sucede esto?» El padre contestó: «Desde niño. Y muchas veces incluso lo tira al agua o al fuego para acabar con él. Por eso, si puedes hacer algo, compadécete de nosotros y ayúdanos».
Jesús le respondió: «¿Qué si puedo? Todo es posible para quien cree». Inmediatamente el padre del muchacho exclamó: «Creo; pero socorre mi falta de fe».
Lc 11, 1
Una vez Jesús estaba en un lugar orando. Cuando terminó, uno de los discípulos le pidió: «Señor, enséñanos a orar como Juan enseñó a sus discípulos».
Jesús, el Cristo
En el corazón del mundo,
en su entraña,
en su primer y último aliento
late un Amor infinito.
Habita en su memoria
y en su esperanza,
enciende cada anhelo.
Es pasión y paciencia,
tesón y riqueza,
camino y encuentro,
inicio y llegada,
es hombre y es Dios.
Es respuesta a tantas preguntas,
y misterio impenetrable.
Es la tierra en que podemos plantar
nuestra raíz
para que cada vida
sea fecunda.