Se acercaron los discípulos y le suplicaron: «Señor, atiéndela, para que no siga gritando detrás de nosotros». Él contestó: «He sido enviado solamente a las ovejas descarriadas de la Casa de Israel».
Pero ella se acercó y se postró ante él diciendo: «¡Señor, ayúdame!» Jesús respondió: «No está bien quitar el pan a los hijos para echárselo a los perritos». Ella replicó: «Es verdad, Señor; pero también los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus dueños».
Entonces Jesús le contestó: «Mujer, ¡qué fe tan grande tienes! Que se cumplan tus deseos». Y en aquel momento, su hija quedó sana.
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