







Juan el Bautista se presentó en el desierto de Judea predicando: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». Este es el que anunció el profeta Isaías diciendo: «Voz del que grita en el desierto: ‘Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos’». Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y de la comarca del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.
Pero cuando vio que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: «¡Raza de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: 'Tenemos por padre a Abrahán', pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras. Ya toca el hacha la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego. Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga».
«Jerusalén» © Difusión libre cortesía de Brotes de Olivo
Preparad el camino al Señor.
Armaos con un mazo
que derribe muros
tire rencores
y abra paso a la luz.
A voz en grito
salid a la calle,
y decid
que el amor viene,
para ser bandera.
Abrid los ojos
para reconocer
la grandeza del universo
contenida en un ‘sí’.
Atended, y escucharéis
una Palabra plantada
en el corazón de la tierra.
Y después,
haced que el grito
la mirada
y la palabra
se conviertan
en profecía
tan necesaria.
(José María R. Olaizola, SJ)