







Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia. Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, ‘como ovejas que no tienen pastor’.
Entonces dijo a sus discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies». Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia. A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: «Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis».
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De balde y con todo lo mío,
así quiero servirte, Señor.
En gratuidad y con pasión
aventurándome a ofrecer lo que he recibido
con abundancia, sin tacañas medidas.
En humildad y sencillez
sin buscar aplausos ni reconocimientos,
sin más interés que servirte,
sin rebajar la entrega.
La misión es la misma:
proponer la belleza de tu buena noticia,
traspasar dolores con tus manos curativas,
expulsar demonios con el bien de tu presencia,
resucitar a quienes andan moribundos sin esperanza,
recorrer caminos y lugares
para encender fuegos donde solo hay hielo.
Desde el silencio de una oración a solas
y en el gozo de una oración compartida,
todo naciendo y confluyendo en ti.
Hazme canción, poema, pintura, danza,
que suenen a ti, que despierten la fe.
Partiendo hacia rutas desconocidas
sin repetir caminos trillados,
guiado por la brújula de tu Espíritu
hacia donde no se te conoce y ama,
hasta donde se te destierra de la vida
y se instala la tiranía y el vacío de las pantallas.
La mies sigue siendo abundante.
Ve tú delante, Señor, abriendo la senda
y preparando los corazones.
Envíame. Sigue habiendo tanta hambre y sed.
Envíanos a la misión como pan y vino que se dan
«de balde y con todo lo nuestro».
(Fermín Negre)