







Habiendo entrado Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho». Le contestó: «Voy yo a curarlo». Pero el centurión le replicó: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: ‘Ve’, y va; al otro: ‘Ven’, y viene; a mi criado: ‘Haz esto’, y lo hace».
Al oír esto, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: «En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos».
«Orar con el corazón » © Permisos pedidos a fundación consuelen a mi pueblo
«A place called morning» © Derechos correspondientes a Bill Douglas
No es mi dignidad
la condición
de tu entrega.
Tú no te me das
porque yo lo valga.
Tu sacrificio
no es consecuencia
de mis modos
y virtudes.
Tu amor es primero.
Tu lealtad, previa.
No esperas
a que te merezca
para partirte
y darme Tu vida.
Si presumo
de méritos,
recuérdame
las sombras.
Si alardeo
de cumplimientos,
señala Tú
las huellas
de mi barro.
Si paseo, ufano,
reclamando un pago
por los servicios prestados,
confronta mi arrogancia.
No, Señor, yo no soy digno.
Lo eres Tú.
(José María R. Olaizola, SJ)