







Jesús dijo a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer: «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle: ‘Hazme justicia frente a mi adversario’. Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo: ‘Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme’».
Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».
«J.S. Bach on the Lute» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
Dame, Señor, valentía para exponerme,
flexibilidad para tambalearme y fortaleza para no caer.
Dame, Señor, un corazón que se estire, una piel sensible
y unos ojos despiertos para no ser sordo a tu paso silencioso.
Dame, Señor, sorpresas, muchas sorpresas,
para que nunca me apoltrone en el cómodo sillón
de mis inocuas seguridades.
Y si algún día pienso que lo sé todo
o creo hacer pie por los mares de mi alma,
ponme de nuevo ante el abismo del no saber
para que así recuerde, un día más,
que eres el Dios de las sorpresas insondables.
(Óscar Cala, SJ)