







Los publicanos y los pecadores solían acercarse a Jesús a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Entonces Jesús les dijo esta parábola: «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice: ‘¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido’. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. O ¿qué mujer que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice: ‘¡Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido’. Os digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».
 
                                                    «La lluvia de tu misericordia» © Difusión libre cortesía de Ixcís
 
                                                    «Native Intuition» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
«Alégrate conmigo»,
dice el amigo.
No se reserva,
cicatero,
sus noticias.
No escatima.
No esconde, celoso,
sus motivos de júbilo,
para brindar a solas,
inalcanzable,
hierático,
encerrado 
en un fortín interior.
Y tú te alegras.
Disfrutas sus fiestas,
que se hacen tuyas.
Celebras su dicha,
bailas por dentro
con esa música
que comparte.
Sonríes, abrazas,
aplaudes, cantas.
Porque el amor comparte
los días y las noches,
las risas y el drama.
(José María R. Olaizola, SJ)