Pensando en algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás, Jesús dijo esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ‘¡Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo’.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: ‘¡Oh, Dios!, ten compasión de este pecador’. Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
«Tú mi hermano» © Autorización de Cristóbal Fones
«Second Sight» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
Te doy gracias Señor,
porque soy como los demás hombres.
Intento estar seguro de mí
ante tu ausencia,
cuadro mi contabilidad
para no ser sorprendido
al final de la jornada.
Me comparo con los otros
y miro desde arriba
a los que juzgo pecadores,
y en la comparación, no en ti,
he puesto mi seguridad.
También yo tengo elaboradas
condenas de moda,
publicanos al servicio
de los que imponen su imperio,
pero escondo en la ambigüedad
mis pecados de siempre,
radicales trampas contigo,
abismales cortes con el otro.
También yo tengo mis seguros
de ahorros y diezmos,
pequeñas monedas al contado
con las que pretendo negociar
la falta de entrega a tu misterio.
También yo salgo satisfecho
de oírme a mí mismo
de pie en el centro del templo.
Como los demás hombres,
ya puedo abrirme a tu perdón
dándome golpes de pecho
al lado del publicano.
(Benjamín González Buelta, SJ)