Jesús se fue a una ciudad llamada Naín y caminaban con él sus discípulos y una gran muchedumbre. Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al ver a la mujer, el Señor se compadeció de ella y le dijo: «No llores». Y acercándose al ataúd, lo tocó y dijo: «¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!». El muerto se incorporó y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos de temor, daban gloria a Dios diciendo: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo». Este hecho se divulgó por toda Judea y por toda la comarca circundante.
«Verbum Panis» © Autorización de San Pablo Multimedia
«The Depths of a Year» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
Ahora. Levántate.
No te dejes morir
en muertes cotidianas
que acallan el verso,
que secan el alma
y frenan el paso
hasta dejarte inerte
No mueras en vida,
sepultado por nostalgias,
rendido antes de tiempo,
consumido por dentro.
No permitas que te envenene
el odio, ni dejes
que la amargura –¿o es miedo a vivir?–
haga de tu corazón una losa.
Levántate.
Sostenido por la memoria
de buenos amigos y buenos momentos,
confiado en un hoy grávido de oportunidades.
Movido por la esperanza en lo que ha de llegar.
Levántate, agradecido por tanto…
Ama,
descubre los milagros ocultos,
cree.
Y pelea, si hace falta,
la batalla nuestra de cada día.
Que eso es ser humano.
Levántate.
Ahora.
(José María R. Olaizola, SJ)