Jesús se fue al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, y eligió doce de entre ellos, a los que llamó también apóstoles. A Simón, a quien llamó Pedro, y a su hermano Andrés; a Santiago y Juan, a Felipe y Bartolomé, a Mateo y Tomás, a Santiago de Alfeo y Simón, llamado Zelotes; a Judas de Santiago, y a Judas Iscariote, que llegó a ser un traidor.
Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.
Soy un trabajador que se te ofrece
para construir el Reino de tu Padre.
Cuéntame entre los pobres albañiles
contratados al filo de la tarde.
Perdí el tiempo en la plaza de la vida,
obseso por demonio, mundo y carne.
Hoy que cruzas al lado y que me miras,
ya no quiero, Señor, abandonarte.
Págame lo que sea. Mi alegría
será servirte pase lo que pase.
Soy un inútil… Pero ¿a qué te digo
lo que de sobra, desde siempre, sabes?
Cuando ya el Sol, a punto de esconderse, l
a hora justa del salario marque,
lo que mi corazón de Ti reciba,
desde hoy lo sé, me lo darás de gratis.
(Luis Carlos Flores Mateos, SJ)