Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus siervos y los dejó al cargo de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. Al cabo de mucho tiempo viene el señor de aquellos siervos y se pone a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: ‘Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco’. Su señor le dijo: ‘Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor’».
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Con el tiempo, Señor, empecé a enterrar
algunos de los talentos que me diste.
La cobardía, la falsa seguridad,
la pereza, la necesidad de controlar,
la autocomplacencia, la desconfianza…
pudieron más en mí.
Pero esto no me hizo más feliz. Todo lo contrario.
Lo escondido bajo tierra
terminó quitándole brillo a la vida,
apagando mi alegría interior,
habituándome a una existencia de mínimos,
oxidando mi capacidad de amar.
Hoy vengo a ti con el deseo y la determinación
de desenterrarlos, de correr riesgos,
de invertirlos en tu reino.
No sé ciertamente contar los talentos
que me has dado.
¿Uno, tres, cinco, diez?
No importa. Lo único que cuenta
es que ponga en juego
aquello que intuyo que viene de ti
y que ha de llegar a los hermanos.
El mayor don que he recibido es la vida.
Tú me la diste y te la quiero devolver cada día
llena de servicio, de gestos de amor,
de fe y confianza en tu proyecto,
de cercanía y solidaridad con los pobres,
de palabras que sean luz y esperanza
para quienes las reciban.
Que nunca me apropie de lo que es tuyo.
Todo lo que soy y tengo viene de ti.
Todo es don de tu bondad.
Tú eres mi Bien y mi Todo.
Gracias, Señor, por tanto regalo recibido.
Hazme buen administrador de tus dones.
Lo pongo todo en tu servicio.
(Fermín Negre)