Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener a la mujer de su hermano. Herodías aborrecía a Juan y quería matarlo, pero no podía, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo defendía. Al escucharlo quedaba muy perplejo, aunque lo oía con gusto. La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras, que te lo daré». Y le juró: «Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino». Ella salió a preguntarle a su madre: «¿Qué le pido?». La madre le contestó: «La cabeza de Juan el Bautista». Entró ella enseguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: «Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista». El rey se puso muy triste; pero por el juramento y los convidados no quiso desairarla. Enseguida le mandó a uno de su guardia que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo pusieron en un sepulcro.
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Señor, envíanos profetas.
Sigue haciendo brotar, en tus hijos e hijas, entrañas de misericordia.
Que la palabra del profeta sea evangelio vivo.
Que su denuncia sea recuerdo de tu proyecto.
Que sus gestos rompan cadenas.
Que su memoria nos recuerde el nombre y la vida de los más pobres.
Envíanos profetas que denuncien
a los explotadores de todo cuño y nación,
a los que matan la creación por intereses económicos,
a los que abusan de los menores aprovechando su indefensión,
a los que se enriquecen vendiendo droga,
a los que triunfan explotando el odio y la ignorancia,
a los que manipulan la verdad en nombre de ideologías y conveniencias,
a los que aniquilan la vida…
Envíanos profetas.
Muchos se alzarán contra ellos.
Les insultarán. Les encerrarán.
Quizás les seguirán matando.
Pero, si se acaba la profecía,
¿quién hará oír tu voz?