Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo: ‘Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido’. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: ‘¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?’. Le respondieron: ‘Nadie nos ha contratado’. Él les dijo: ‘Id también vosotros a mi viña’.
»Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: ‘Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros’. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Al recibirlo se pusieron a protestar contra el amo. ‘Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno’. Él replicó a uno de ellos: ‘Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?’. Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos».
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Un capataz se dirige a una oficina de desempleados para buscar mano de obra para la construcción. Acude a primera hora de la mañana y se lleva unas cuantas personas, acordando con ellos un sueldo concreto. A media mañana acude de nuevo a contratar más desempleados, fijando con ellos la misma cantidad. Ya al caer la tarde, se acerca de nuevo y encuentra, en la misma oficina de la mañana, a varias personas que llevan allí todo el día, esperando conseguir un empleo. Se dirige ellos y les pregunta:
– ¿Queréis venir a la obra a trabajar?
– Claro que queremos. Llevamos aquí todo el día desesperados, sin hacer nada, y necesitamos ese sueldo para nuestras familias.
Cuando al final del día el capataz va a repartir los salarios a los trabajadores, les entrega a todos la misma cantidad. Los que llevan desde primera hora de la mañana, molestos, protestan:
– Oye, no es justo que nosotros recibamos el mismo salario que los que se han incorporado al final del día. Hemos estado todo el día cargando ladrillos, levantando muros, mezclando cemento, y ellos han llegado cuando ya estaba hecho lo más duro. Merecemos que nos pagues más a nosotros.
El capataz les responde:
– ¿Quiénes sois vosotros para decidir la paga de cada uno? ¿Creéis que tiene más suerte el que ha trabajado menos horas? ¿Qué es peor, estar sudando bajo el sol, pero con empleo o ver cómo pasan las horas y se desvanece la esperanza de un trabajo y un salario que llevar a casa? Hacen falta brazos y ponerse manos a la obra, y todo el que se apunte, será recompensado. No hay orden ni preferencia. Aquí hay para todos.
(Rezandovoy, actualización parábola de los trabajadores de la última hora)