Jesús dijo a sus discípulos: «He venido a encender fuego en el mundo, ¡y cómo querría que ya estuviera ardiendo! Tengo que pasar por una terrible prueba ¡y cómo he de sufrir hasta que haya terminado! ¿Creéis que he venido a traer paz a la tierra? Pues os digo que no, sino división. Porque, de ahora en adelante, cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres. El padre estará contra su hijo y el hijo contra su padre; la madre contra su hija y la hija contra su madre; la suegra contra su nuera y la nuera contra su suegra».
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Primero era la noche cerrada, y el frío,
y el temor a lo que ocultaban las sombras.
Luego una chispa prendió una llama,
y a su débil resplandor se empezaron a ver siluetas
que a nadie amenazaban.
La llama se hizo hoguera,
y a su alrededor se sentaron
los habitantes del bosque
para calentarse y compartir relatos y canciones.
Comprendieron lo solos que habían estado
hasta ese momento.
Recordaron a otros que, como ellos,
vagaban, entre temores y ausencias,
por la tierra sin luz.
Convirtieron algunas ramas en antorchas
y se marcharon a buscar
a quien erraba sin rumbo.
Ahora el bosque es un lugar menos sombrío,
salpicado por la luz de cien hogueras,
el calor de mil historias
y el eco de todos los cantos.
Algún día no quedarán
resquicios poblados por el miedo ni la bruma,
y todo estará bien.
(José María R. Olaizola, SJ)