Jesús dijo a la gente: «El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: saldrán los ángeles separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno de fuego. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todo esto?». Ellos le respondieron: «Sí». Él les dijo: «Pues bien, un escriba que se ha hecho discípulo del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo».
Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí.
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El Señor de mis sábados,
de mis espigas,
de mis leyes.
El Señor de mis caminos,
de mis padres, de mis pobres,
el Señor de mis amigos.
El Señor de mis dominios,
de mis eras,
de mis rentas y castillos.
Sé tú, el Señor de mis deseos,
de mi vida,
de mi sangre
y sé tú, Señor de mi destino.
(Antonio Ordóñez, SJ)