Al pasar, Jesús vio a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y lo siguió. Y estando en la casa, sentado a la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: «¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?». Jesús lo oyó y dijo: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa ‘Misericordia quiero y no sacrificio’: que no he venido a llamar a justos sino a pecadores».
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Dice Dios:
Yo no llamo a los buenos.
Yo llamo a los malos.
Los buenos ya tienen bastante con su bondad.
Tienen virtudes,
valores,
méritos,
un historial de compromiso
escrito en un libro de oro.
¿Para qué me quieren a mí?
Yo sólo puedo dar algo
a los malos.
A los que siguen haciendo pecados
después de haber prometido,
mil veces, que van a ser buenos.
Yo les ofrezco el desierto,
una tienda
y mi compañía.
Es todo lo que tengo.
Les doy todo lo mío.
Para los buenos no me llega.
Y Jesús sube a un árbol
de la plaza mayor y grita:
«Las prostitutas estarán delante de vosotros
en el reino».
(Patxi Loidi)